Chicharrón: «Postal»

Chicharrón 2Hace sólo un par de años que Alberto M. Vecino daba forma final a Chicharrón, su última encarnación musical, a través de un LP que pasó demasiado desapercibido para el caudal de curas y placeres que atesoraba. Aquel fue un debut de esos, contados con los dedos de una mano, que invitan a esperar con ansias por el nuevo paso de los susodichos. Pero para lo que nadie estaba preparado es para una confirmación como la que nos ocupa. Porque Postal (Prenom, 2016), su siguiente puerto de atraque, no sólo colma cualquier expectativa puesta en la banda de Carballo, sino que los revela como los autores de la que -hablando en términos pop-, seguramente, sea la expresión más subyugante de estos últimos años. Y mira que no hace mucho que Gente Joven y Apenino ya nos habían dejado patidifusos con sus recientes demostraciones. No obstante, la propulsión ejercida por Chicharrón en Postal ha sido tal que ya no se admiten ningún tipo de discusiones, ni siquiera de barra de bar. No cuando cada uno de los doce de ejercicios aquí reunidos podrían funcionar por separado como el Everest de otra docena de discos diferentes. Y perdónenme la verborrea sin contención, pero es que reducir la caligrafía a una simple descripción de semejante contenido se me hace más difícil que encontrar una Cherry-Coke en el super del paki. Hay muy pocos discos con los que no se pueden atemperar las emociones, y éste es uno de ellos. Uno en el que la música nace como el hechizo invocado por las palabras que recorren las canciones, y las palabras han sido cosidas con melodías y notas soñadas desde un sueño del que nunca quieres escapar. Esta certeza se cumple a lo largo de todo el recorrido. Y es que cuando inspiración, intuición y amor -y aquí hay mucho de estas tres- se conjugan en un mismo propósito, pueden llegar a brotar milagros -sí, milagros- como el que nos ocupa. Uno como el cometa Haley, al que hay que presenciar ipso facto porque nunca más sabrás cuánto tiempo tendrás que esperar hasta el siguiente. Así, nada más arrancar, “Despois do baile” nos retrotrae a los Mercromina pre-Canciones de Andar por Casa (Chewaka, 1999). Las pistas fluyen en un mismo espacio, hermanadas como si no tuvieran razón de ser sin el resto. Se trata de pop panorámico, tan minimal en su progresión como rico en el crecimiento natural del espacio sonoro. Y entre tal demostración, se levantan los versos que levantan las velas al viento de esta travesía de amor.

 “Coma se pra salvarme
tan só precisara
acuruxarme a carón da túa alma”

 Tras tan reveladora entrada, “O teu costume do azar” se esparrama sobre un cableado tenso pero limpio. El teclado induce al pellizco onírico, dentro de parámetros no muy lejanos a los Cure de Disintegration (Fiction, 1989) y Wish (Fiction, 1992). Sigue “Suicidio tímido”, pop exultante, rebosante de vida, con deje planetario. La inercia inmaculada continúa la tracción en “Xi”, tamizada con atmósferas que activan el recuerdo de los Felt de mediados de los 80 o a los mismos Chills. En todo caso, paralelismos a los que remite por la grandeza de la empresa llevada a cabo no por el habitual acto reflejo a escala de grises. Por su parte, “A verdade de calquera fonte” es un tránsito slow-pop de una belleza crepuscular y angulosa, mientras las imágenes esculpidas por Alberto “rematan rodeados de monos e de balas”, y en el que sumergirse es tan necesario como el comer. Sin más. Para seguir curándonos el mono generado en todo momento, “A elegancia da alegría” no permite que nos caigamos de la nube en la que nos han montado sin pregunta previa. Imaginad a Unrest empañados en poesía mágica y al trote de Blacanova. Y qué decir del crescendo anterior al cierre final. Uno donde la épica no asoma en ningún instante. Se trata música propulsada por el alma, el do it yourself del corazón. Lo que se entiende como alquimistas de la cirugía patafísica.

Chicharrón 3

 Ya llegados al meridiano, es el turno de “Renunciando a os meus poderes”, que emerge como un souffle entre acordes de sabor fronterizo. Como el sonido de un vagabundo buscando su suerte entre la arena del gran desierto.

 “Outra vez
no remuíño
que consagran
os teus xestos
xunto
a coitelos de luz
e ruidosas
sombras de insectos
e esa voz
murmurándome”

“Ensíname a durmir” nos devuelve a la hipnosis profunda a modo de elegía flotante, sobre un esqueleto de redobles ceremoniosos de batería. “Que non farías ti por non perdelo” refrenda la pericia del grupo por alcanzar clímax entre estribillos lanzados con tirachinas a las compuertas de nuestro subconsciente. La ansiedad de las letras luchan contra el dolor del olvido expresado en las palabras de Alberto. “Cando soubeches que rematou esa aperta? Cando soubeches que non volverías a vela?

 En cuanto a “O aplauso do lanzador do disco”, sólo por un título de tal proyección visual (digno de Family o Vainica Doble) ya debería ser propuesta para la beatificación. La fuerza de las imágenes transitan entre el oído y la retina. Música y visión en un meridiano perfecto, mientras la melodía central vuelve a asentar un nuevo pico de hermosura pulcra como un baño de fuego. En un simple parpadeo, la racha se extiende a “Campos de adestramento eternos”, que comienza con una melodía de teclado que no desdeñarían los Joy Division post-Unknown Pleasures. Los engranajes internos invocan una tensión constreñida, abriendo una herida luminosa. Electroacústica en cinemascope. Aunque en este caso, cualquier intento de hacer equilibrismos sobre las descripciones carece del menor sentido. Llegados este punto, el final del trayecto no podría ser de otra forma que no fuera con Alberto cantando desde el recogimiento total.

 “Esperareite
como as sombras dos barcos
esperan a noite
impacientes
por volverse todo”

 Después de despertar del sillón orejero, no queda más que hacer la prueba del algodón. Ya se sabe, si la punzada inicial se atenúa con el paso de las escuchas, es que nos la han colado doblada. Lo contrario es lo aquí vivido: cuando tras una buena decena de escuchas, la magia no sólo no se difumina, sino que comienza a adherirse a nuestra piel con la fuerza de una sensación ansiada aunque nunca lo supiéramos conscientemente.

 Lo que nos queda finalmente es un diario musical de esperas, amores y amistades, y, aún más importante: el amor de la amistad. Temas un millón de veces tratados, pero que casi nadie sabe transmitir con la fuerza de una estalactita que atraviesa pensamiento y recuerdos no vividos pero sí reconocibles. Cosas intangibles que en Postal toman forma, hasta el punto de poderse acariciar. Yo ya aviso, desde hoy mismo, me podréis encontrar en lo más alto de cualquier colina esperando de nuevo al cometa Haley. Uno que para mí ya ha sido rebautizado como “Chicharrón”. ¿Me queda otra?