Hazlo por Schopenhauer: el éxtasis estético y su entorno hostil

Todo arte va acompañado de una experiencia artística, ya sea de quien/es lo crean o de quien/es lo contemplan. Si no existe una creación, no hay arte; si nadie la contempla, tampoco.

El éxtasis estético, o sea, la experiencia de contemplar una obra de arte, ese instante en el que  se para el tiempo y no queda nada bajo nuestros pies -hecho que también se produce en ocasiones al crearla-, se ha vuelto algo sumamente difícil en los últimos tiempos. Aún más, casi inaccesible. Por supuesto, este tipo de experiencia no es, en absoluto, algo automático, algo que podamos controlar. Suele aparecer de forma repentina, inesperada. Asimismo deben darse un cierto tipo de condiciones en el sujeto contemplador -y/o creador-; así como en el entorno más próximo. Dejemos a un lado al sujeto y concentrémonos en el entorno, en el medioambiente general que rodea la experiencia estética.

Es como estar en un sueño. Caminas despacio, sin saber adónde vas, sin preguntártelo. De pronto, vislumbras una puerta entornada, te acercas a ella y la abres poco a poco hasta que, de golpe, se abre de par en par y te engulle. Te arrastra a otra dimensión en la que únicamente rige la verdad, el arrebato y la emoción.

Se trata de abandonar este mundo de necesidad e irse momentáneamente a otro en el que sólo hay libertad[1]. Para ello nada debe distraernos. Si estamos en un museo contemplando un cuadro de Millet, El Angelus, por ejemplo, y de pronto aparece en la sala una manada de turistas, quince o veinte, comandados por un guía turístico que, en lugar de impartir la lección antes de entrar al museo, se la da en vivo y en directo, así no hay manera. Las artes plásticas están perdiendo sus fuerzas; encerradas en los museos o las salas de exposiciones, nadie las mira cara a cara, sino a través de sus móviles o de las cámaras fotográficas. Hay demasiada gente desinteresada. Hablan por teléfono; en voz alta con su acompañante. En las galerías de arte, lo que prevalece es el dinero. La obra, en sí misma, es lo de menos. De esto en concreto hablaré en otra ocasión.

La masificación del homo sapiens en torno al arte es uno de sus mayores enemigos. Pintura, escultura, arquitectura no se libran de esta plaga que se empeña en consumir estos objetos sin tener la menor idea de por qué lo hacen. La contemplación del arte requiere aislamiento. Esto no significa que debamos estar completamente solos para entregarnos a él, sino que llega un punto en el que sólo existe la obra, nada más, nadie más, ni siquiera el propio sujeto contemplante. Si a nuestro alrededor no hay más que gente que habla, murmura o incluso chilla, ¿cómo quieren ustedes que se dé el instante estético? En efecto, la condición indispensable para que se produzca este momento maravilloso es el silencio. Si oímos ruidos, palabras o sonidos ajenos a la obra de manera puntual o continua, será casi imposible que el éxtasis suceda. Y en nuestros días cada vez es más difícil. Da la sensación de que se está exterminando el arte a base de no respetarlo. Antes, y con «antes» me refiero al siglo XX, la gente se mantenía en silencio en el cine, el teatro, en los conciertos. Hoy, no se callan ni debajo del agua. Charlar frente o durante un intervalo estético se ha convertido en algo habitual.

Hoy día, la literatura se presenta como el último, el único, bastión de la experiencia estética. Pues se lee en soledad.

Qué lástima. Se está echando a perder la posibilidad de compartir el momento del arte, juntos.

Ojalá cada cual aprenda, con el tiempo, a quedarse en su sitio. A cerrar el pico. Si no…

 

 



[1] Por favor, al respecto lean ustedes El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer, aunque sólo sea el tercer libro.