Si hace poco hablábamos brevemente de cómo en Corea de Sur eran capaces de coger todos los elementos típicos de un thriller, para ser usados en su favor y crear algo igual pero distinto, lo cierto es que esta peculiaridad podría ser trasladada a otras categorías. Algunas serían las películas de terror o de ciencia ficción, teniendo en común ambas que parecen ser las más sobrexplotadas dentro del cine mainstream, mostrando una alarmante falta de ideas en el 99% de los casos. Dentro del terreno de la ciencia ficción tendríamos ejemplos como The Host (Gwoemul, 2006) de Bong Jong-hoo, en el que el monstruo parecía ser una excusa para contarnos una historia familiar, permaneciendo casi siempre en segundo plano.
Si nos adentramos en el terror, seguro que uno de los recursos que han sido usados hasta el hastío, sobre todo recientemente, es el de los zombis. Parecía imposible ver nada nuevo y, ciertamente, al ver Train to Busan (Busanhaeng, 2016) de Yeong Sang-ho no acabas con la sensación de que hayan reinventado nada, pero sí que sientes que hay algo de cerebro metido en el asunto, y no sólo para que los zombis se lo coman lo que ya constituye casi una novedad.
Sí, es más que sabido que en la mayoría de casos lo único que importa son los zombis, ver como matan, como comen y como persiguen. Train to Busan pertenece a ese reducido grupo en el que la vida inteligente también importa, en el que lo que les ocurre a los personajes, antes y durante la acción, también es relevante porque marcará su conducta y sus motivaciones para sobrevivir en el apocalipsis zombi.
Aquí los personajes se ven atrapados en un tren coreano que viaja con Busan como último destino, un viaje metafórico en el que no sólo importa sobrevivir, sino también cómo lo hagan y cómo continuarán su vida tras la catástrofe. Eso es lo que nutre la película, aunque también es cierto que está recubierta de escenas de acción convincentes y mucha, mucha adrenalina.
En este caso volvemos a olvidarnos de los zombis de Romero, lentos y torpes, estos zombis coreanos se muestran descendientes directos de los creados por Danny Boyle, veloces, rabiosos y voraces. Sin duda, la emoción crece con esta decisión y además, alguna debilidad añadida que se revela a mitad de metraje ayuda para que también tengamos tiempo para reflexionar y recapacitar, para seguir demostrando que una película de este tipo no tiene que ser sinónimo de encefalograma plano.