“Que por una noche todos seamos hermanos.
Que por una noche los duros de corazón sean generosos.
Que por una noche cenen los pobres….”
La que en un principio debía titularse Siente un pobre a su mesa y acabó llamándose por cuestiones de la censura Plácido (1961) del maestro Berlanga, resultó ser una de las obras claves del cine español.
En una ciudad de provincias, un grupo de señoras acomodadas, entradas en años y arropadas con trajes oscuros de simulado luto, organizan una campaña navideña de caridad. Para darle más bombo al asunto vienen como invitadas unas artistas de cine de Madrid. Las familias pudientes deben acoger en Nochebuena a un pobre y obsequiarle con una cena de Navidad como Dios manda. Que todo es una farsa, lo observamos desde el principio. Se ha organizado una cabalgata, donde las artistas y los pobres desfilan juntos aparentando la cena que les espera. Sin embargo, ni hay pavo ni champagne. Quintanilla (José Luis López Vázquez), contratado para el evento, quita paja al asunto exclamando: “A simular, a fingir”.
Plácido es una comedia coral que retrata de forma fidedigna la lucha de clases en la España franquista, es decir, la resignación de una y el beneficio de la otra. Porque en España, durante muchos años, incluso antes de que el caudillo la hiciera suya, hubo tan sólo dos clases: la de los ricos y la de los pobres. Desde entonces los ricos se empeñaron en hacer pasar por el aro de la moral divina a los desheredados. Digna de mención es la escena de la boda “in articulo mortis”. Uno de los pobres enferma durante la cena. La familia anfitriona, al enterarse de que el enjuto y carniseco indigente vive en concubinato, se empeña en casarlo. El viejo, aunque moribundo, se niega. No obstante, la familia, auxiliada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no da su brazo a torcer hasta salirse con la suya. Consiguen casarlo contra su voluntado o lo que queda de ella.
Plácido (Cassen), cabeza de familia, es contratado asimismo para participar con su motocarro en la cabalgata. Se encuentra en apuros. Debe pagar el mismo día la primera letra de cambio de su motocarro, instrumento necesario para su trabajo. Una situación paralela a El ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) de Vittorio De Sica, en la que a Antonio (Lamberto Maggiorani) le roban la bicicleta, también indispensable para su supervivencia y la de su familia. En el filme de Berlanga, Plácido logrará pagar la letra, no sin antes lidiar una dura batalla contra la burocracia, que siempre ha sido y siempre será, kafkiana. Antonio, por su parte, vuelve a casa junto con su hijo, con lágrimas en los ojos. La desesperanza del neorrealismo italiano. La esperanza, qué remedio, de la comedia española durante el franquismo. Sin embargo, para Plácido la letra pagada no supone, en absoluto, un final feliz. “Y el mes que viene otro fregao”, concluye.
“Porque en esta vida ya no hay caridad, ni nunca la ha habido y nunca la habrá….”
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