La sociedad de los espectadores es un nuevo escenario surgido en el siglo XX, en el que la información y el consumo son factores dominantes, y que afecta e influye directamente a la falta de libertad política y social. El hombre toma el papel de espectador, un ser pasivo que emplea su tiempo de ocio frente al televisor, el ordenador o su dispositivo móvil, en su lucha contra el aburrimiento.
El espectador consume la realidad como entretenimiento, lo que implica un distanciamiento de ella. El espectador sufre, se emociona, ríe, se enoja, pero lo hace acatando la ley del espectáculo, esto es, “sólo mientras dura la sesión.”[1] Mientras observa el espectáculo, toma parte en él. Opina, discute, asiente, pero siempre como espectador, nunca como protagonista. Sin embargo, lo hace mediante un alejarse de los problemas que no son suyos, sino de otros. Le afectan lo mínimo y son fugaces. Cuando acaba la sesión, éstos se han disuelto como la nieve bajo el sol. El hombre deviene así un ser-espectador[2], no lucha, sino que visiona; no crea, sino que consume; no actúa, sino que (se) abandona, mientras se sumerge en la futilidad, la indiferencia y lo efímero.