Kate Bush y «The Dreaming»: el truco de Houdini (I)

Como una profesora de pintura impartiendo clase a sus alumnos, en ‘The Dreaming’, Kate Bush se rodeó de una nómina de colaboradores imponente. Del repescado David Gilmour a músicos con Alan Parsons Project y Rainbow en su parte de guerra, la mujer de las mil voces se sumergió en el truco más osado de su carrera. Uno que, en su momento, vivió la incomprensión que sufre toda obra adelantada a su tiempo.

Si hay algo que siempre ha sido una constante en la carrera de Kate Bush es su ambición natural por derrumbar prejuicios. Su constante fluctuación entre pop, rock y filias artys o progresivas le ha llevado a sortear los tópicos con la misma habilidad que Houidini escapando de camisas de fuerza. No en vano, ‘The Dreaming’ es su trabajo más poliédrico. Uno en el que la británica dio un paso adelante con un esfuerzo arriesgado e inspirador como pocos.

EN UN MUNDO DE HOMBRES

Curtido entre oleadas de pollirritmia afro y un histrionismo melódico de infinidad de matices, Bush fue tejiendo este álbum a partir influencias encontradas: de los Pink Floyd de The Wall, en su forma más teatral, a unas ansias experimentales dignas del David Bowie berlinés, sin olvidar a los King Crimson de Discipline, cuya metamorfosis de la esencia proggy entre formas post punk tuvo reflejo directo en lo que Bush se traía entre manos en aquel 1982. A partir de estas coordenadas, su misión quedó predefinida en producir su propia criatura y lo más importante: romper con el habitual estereotipo femenino que dominaba el gran circo pop y rock. “Oh sí, es algo que me preocupa”, dice. “Esa imagen fue algo que se creó en los dos primeros años de mi popularidad, cuando la gente se aferró al hecho de que yo era joven y femenina, en lugar de una cantante joven, también compositora. Ahora, a las mujeres les es mucho más fácil ser reconocidas por sus virtudes creativas [en 1982] porque hay más como ellas a su alrededor. Pero cuando yo me hice un nombre, la única otra mujer a mi nivel de promoción era Debbie Harry. Ambas estábamos siendo promovidas por ser cuerpos femeninos, así como por ser cantantes. Sin embargo, no era contemplada como una cantante que componía. En general, la gente ni siquiera fue consciente de que yo escribía mis propias canciones o tocaba el piano hasta tal vez un año o así después de haberme dado a conocer. Los medios de comunicación únicamente me promovieron por mi físico. Es como si hubiera tenido  que probar que ‘soy una artista dentro un  cuerpo de mujer’. La idea del cuerpo femenino como vehículo para llegar al público no es más que una de las tantas vicisitudes por las que tuve que pasar”.

10113_1505232920_crop_550x550La propensión visual del sonido que perfila The Dreaming fue la excusa ideal para enganchar a la audiencia a una música que en su voluptuoso surtido de melodías se encontraba la verdadera imagen proyectada por Bush. Dicha necesidad expresiva fue una respuesta tangencial a la costumbre a la que había tenido que enfrentarse hasta aquel entonces: que el público se fijara más en su magnética sensualidad que en su propia música. “Cierto, y he pasado mucho tiempo tratando de probar a esa gente que hay más de mí que eso. Sólo el hecho de que, en 1982, todavía sigo en la brecha y mi arte continua aflorando debería ser suficiente para convencerlos. Aunque tampoco puedo pasarme todo el tiempo diciéndole a la gente dónde me encuentro en cada momento. No tengo más que esperar a que haya personas que perciban los cambios y quieran evolucionar conmigo”.

El paradigma de la batalla de Bush contra la percepción que los mundos del rock y el pop tenían de ella no difería de la vivida por Suzi Quatro o Stevie Nicks: mujeres que, en base a su imponente caudal artístico, rompían con los tabús creados por la prensa y las compañías discográficas. “Hay tantas mujeres que no encajan en ninguna categoría. Hay un montón de gente a la que le encantaría colocarlas en ciertas categorías. Cuando se crea una imagen alrededor de una persona -especialmente una mujer- siempre salen a la luz muchas presunciones. Hay una gran cantidad de artistas femeninas que están estereotipadas, y que quedan reducidas a los nichos de los que la gente habla. Pero toda cantante es un ser humano que trabaja desde su fuero interno, dejando salir toda clase de energías diferentes”.

“Cuando un sello crea una imagen específica de una artista, siempre genera una desventaja. Cuando alguien ha hecho algo muy artístico, nunca podrá brotar de la misma manera una vez haya sido etiquetado. Y si una mujer es atractiva, tanto si lo enfatiza o no, ya es automáticamente proyectada bajo connotaciones sexuales. No creo que esto suceda tan fácilmente conmigo”.

ENTRE LA FANTASÍA Y LA REALIDAD

Precisamente, uno de los aspectos que definían a Bush en sus comienzos se basaba en su continuo transitar entre el mundo onírico y la realidad, la fantasía y el constumbrismo. “Creo que sí, encaro la realidad, aunque hay ciertas partes de mí que definitivamente no quieren contemplarla. No obstante, por lo general, soy bastante realista. Pero tal vez las canciones de mis dos primeros álbumes [ambos de 1978] hayan creado una  imagen fantasiosa de mí, por lo que la gente supuso que yo vivía en esa clase de mundo”. Y desde ese universo mágico, su reina, Kate Bush, hechizaba con su voz más allá de las métricas terrestres. No obstante, “hasta este álbum nunca me había gustado el sonido de mi propia voz. Siempre ha sido algo muy difícil para mí, porque quería escuchar las canciones de otra manera. Creo que a mucha gente no le gusta el sonido de sus propias voces. Es como si tuvieras que seguir trabajando para hacer que algo finalmente te guste. Para mí este álbum fue muy satisfactorio porque por primera vez pude sentarme, escuchar mi voz y pensar: ‘Sí, esto, en verdad, es bastante bueno’”.

Llegar  a esta reconcialiación con su propia voz le amplió el campo de batalla de forma proverbial. Sus cuerdas vocales se multiplicaron entre arrebatos solistas y coros de otra dimensión. La telaraña voces planteada es de un barroco sobrenatural, como si ‘Alicia en el páis de las Maravillas’ estuviera ambientado en el Reino de Morfeo. Desde el primer corte, ‘Sat in your Lap’, la eclosión vocal toma un sinfín de formas sin restricciones. Lo que sea necesario con tal de meterse en el personaje de la canción. “Cuando comencé en esto de la música parecía que muchos solistas cantaban como si ni siquiera lo hicieran en relación a la letra. Cantaban sobre la angustia mientras portaban una gran sonrisa en sus rostros. Para mí, el cantante es la expresión de la canción. Se debe crear una imagen particular para cada tema, o al menos cada disco, la personalidad que casa con esa música en particular”.

Como si ella fuera la verdadera protagonista de ‘Cristal Oscuro’, y no Bowie, Bush siempre introduce la expresión teatral en sus creaciones. «Sí, normalmente lo hago porque la canción va siempre sobre algo, y siempre desde un punto de vista en particular. Normalmente hay una personalidad que vive dentro de ella. A veces tengo que trabajar en ello para introducirme en el estado de ánimo correcto, porque éste tal vez sea el contrario a cómo me siento. Pero en otras ocasiones casi lo siento como una extensión de mí misma».

Entre transformación y transformación, el juego planteado se alimenta de un carrusel interminable de soluciones instrumentales. Y una de las más sorprendentes fue la introducción del concepto tribal de las percusiones. “He estado intentando forjar una clase de sonido tribal con los tambores en un par de álbumes, especialmente en el último, The Dreaming. Pero el verdadero problema era que estaba tratando de trabajar dentro de un medio pop. Y tratar de extraer algo de ahí no formaba parte de la configuración planteada. Ver a Peter [Gabriel] trabajando en el Town House Studio, especialmente con los ingenieros que tenía, fue lo más parecido a lo que había oído a ese sonido visceral durante mucho tiempo. Quiero decir, yo no estoy metida en las cajas de ritmo. Son muy útiles para componer, pero no creo que sean buenos sonidos para acabar de perfilar el acabado de un disco. Y eso fue lo que me pareció tan emocionante: que los tambores tuvieran tanto poder”.

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Como un kabuki japonés interpretado en un cabaret extraído de un comic de Neil Gaiman, The Dreaming te transporta a una montaña de sensaciones que no buscan la complicidad, sino mostrarte un futuro distópico de intimidante rezumar barroco. Tal como en ‘Sat in your Lap’, Bush hace equilibrismos entre cielo e infierno, pesadillas y psicoanálisis. Para lograr un efecto tan inaudito, dispuso de una carcasa instrumental con bajos que buscan más la textura que el hilo rítmico, un carnaval de coros inhumanos, guitarras que no suenan a guitarras, pianos de feria y todo un arsenal de cuerdas y arreglos circenses, incapaces de encontrar reposo entre sucesiones notales consecutivas. Tal esqueleto de sinfonías mutantes abrió de forma significativa el marco de libertad en los ejercicios vocales de la propia Bush, quien ofrece un recital de cómo convertir la voz humana en el más desconcertante de los instrumentos musicales. Torrente de intenciones llevadas al formato canción, en la pulsión selvática de ‘The Dreaming’ reside la materia prima de la que beben discos tan inclasificables, y memorables, como Shaking the Habitual de The Knife. Por otro lado, en la atmósfera enrarecida que nutre ‘Night of the Swallow’ y ‘All the Love’ late el eslabón que ensambla las formas más heterodoxas entre The Associates y el Peter Gabriel de su primera etapa en solitario. Dentro de un plano más radiable, los singles ‘There Goes a Tenner’ y ‘Suspended in Gaffa’ serían hits incontestables en un inframundo a lo J. G. Ballard, plagado de fumaderos de opio.

Dentro de semejante estado de metamorfosis, la riqueza musical se abre como la cola de una pavo real. La gesta de Bush es tan cromática que entra antes por la vista que por los oídos. Y en eso tuvo mucho que ver la influencia de The Wall. “Sí, he sido muy influenciada por The Wall porque me gusta la forma en que los Floyd se adentran en esa área emocional y trabajan con sonidos como si se tratara de imágenes. Creo que el problema con la película es que, aunque sea un pedazo de arte devastador, no es lo suficientemente real. Toda la película está basada de forma negativa. En la vida de Pink no hay ni un solo momento de felicidad, y en la vida de todos los seres humanos siempre hay alguno. Incluso si tiene la vida más jodida de todas. Siempre hay algún pequeño momento en el que sonríes por un segundo o te enamoras de alguien y te sientes feliz, aunque no sea más que por diez minutos. En The Wall no hay compasión ni objetividad en absoluto y, de hecho, creo que ciertas fases de dicho planteamiento  resultan destructivas”.