Martin Luther King, líder de la Marcha de la Libertad, fue asesinado en Memphis hace 50 años

El jueves 4 de abril de 1968, Martin Luther King, líder d ella campaña en favor de los derechos civiles de los negros, fue asesinado en Memphis (Tennessee). Como ocurrió con el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy en Dallas en 1963, un hombre blanco, apostado en la ventana de un edificio, disparó contra Luther King cuando se asomó al balcón del barato Motel Lorraine. Luther King recibió los impactos en el cuello y la parte inferior del rostro que le destrozaron las vértebras cervicales. La policía persiguió un Mustang blanco por todo Memphis ocupado por James Earl Ray, «un muchacho bien vestido, alto, delgado y de cabello rubio, algo encanecido», de entre 25 y 30 años, según los testigos, que salió del edificio, tiró un fusil Remington provisto de mira telescópica y saltó al coche burlando a la policía.

Luther King murió a las 20:05 horas en la sala de urgencias del Hospital Saint Joseph. Tenía 39 años y dejaba esposa y cuatro hijos.

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Esta fotografía fue tomada instantes después del asesinato de Luther King (en el suelo). En ella sus ayudantes señalan la procedencia de los disparos.

Luther King había dicho el día anterior: «Quiero hacer la voluntad de Dios, he llegado a la cima de la montaña y he contemplado la tierra prometida. Acaso no llegue a ella en vuestra compañía, pero quiero que sepáis que llegaréis allí. No me preocupa nada ni tema a nadie».

El presidente Lyndon B. Johnson temió una rebelión negra. ¿Hasta dónde llegaría la reacción desatada de los guetos? Johnson apareció en televisión, aconsejando al país «rechazar la violencia ciega que había matado a Luther King, partidario de la no violencia».

En medio de fuertes tensiones, Washington estalló al día siguiente del asesinato. Era el final simbólico de la Norteamérica que Luther King pretendió conmover con sus marchas de los pobres y que era solada por la ira y el dolor vomitado desde los guetos, cobijo mísero y húmedo con ruido de cadenas y grilletes de los descendientes de los esclavos africanos.

El 18 de abril el FBI confirmó la existencia de un complot en el asesinato a cargo de un matón a sueldo que planeó concienzudamente el atentado.

Martin Luther King nació el 15 de enero de 1929 en Atlanta (Georgia). Sus raíces genealógicas arrancan de la esclavitud que se inició en 1619 cuando llegó al sur de Norteamérica el primer barco con los parias africanos. Su abuelo materno nació en una familia de esclavos en 1863, año de la entrada en vigor del Acta de emancipación para los esclavos proclamada por Abraham Lincoln. Hasta entonces, incluso ciertos presidentes de Estados Unidos habían tenido negros trabajando en sus plantaciones de algodón.

El padre de Luther King, ayudante de pastor en una iglesia baptista, no escatimó esfuerzos para educar a sus hijos y Martin se matriculó en el colegio para negros Morehouse. Después estudió en Chester (Pensilvania), donde obtuvo el grado de bachiller en teología, y en la Universidad de Boston se doctoró en filosofía en 1955. Allí conoció a una fugitiva del Sur, la bella estudiante negra Coretta Scott, que soñaba ser cantante y el matrimonio no entraba en sus proyectos; pero se enamoraron y se casaron regresando a Montgomery (Alabama). Poco tiempo después una vejación a una mujer negra iba a cambiar y orientar la vida de Luther King.

Rosa Parks, una costurera de Montgomery, acabó su trabajo el uno de diciembre de 1955 y, como todas las tardes, cogió el autobús en hora punta. El vehículo se llenó en seguida y el conducto blanco ordenó a Rosa y a otros tres negros que cediera sus asientos a los blancos. Los negros cedieron sumisos, pero Rosa permaneció sentada, presa del cansancio y posiblemente como reacción a tanto racismo. La sacaron a la fuerza y la arrestaron por violar el orden establecido: los autobuses del Montgomery admitían a los negros, pero obligándoles a subir por la puerta delantera, pagar su billete, apearse y, si el vehículo no se iba, cosa que ocurría con sospechosa frecuencia, volver a subir por la puerta trasera para sentarse en los asientos vacíos. Pero tenían que cederlos en caso de no quedar libres para los pasajeros blancos. Rosa fue juzgada y multada con 14 dólares.

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Éste fue el autobús donde tuvo lugar el acto de resistencia de Rosa Parks. Actualmente se expone en el Henry Ford Museum.

Aquel nuevo atropello encendió la llama. Martin Luther King fue elegido jefe del comité de boicot contra los autobuses. Era una persona nueva en Montgomery, no tenía enemigos entre las autoridades locales ni tampoco en los grupos racistas. «Así encontramos a un Moisés», recordaría años más tarde E. D. Nixon, un negro de Montgomery, autor intelectual del boicot. Aquel día no sabían exactamente a quién habían elegido. «Nos hemos reunido para decirles a aquellos que nos han mortificado durante tanto tiempo que estamos cansados de la segregación, de las humillaciones y de la opresión. No tenemos otra salida que la protesta». Con estas palabras, Martin Luther King inició su lucha por la igualdad de las razas y por el progreso de la justicia. Todavía no le espiaba Edgar J. Hoover, el jefe del FBI.

Surgió la idea de boicotear un día los autobuses de la ciudad. El boicot fue bautizado como Walk For Freedom y se fijó para el 5 de diciembre de 1955, con el propósito de que los negros no cogieran el autobús y conseguir los mismos derechos que los blancos. El resultado fue asombroso por el apoyo casi del 100% de la población negra. El boicot se prolongó durante 381 días y constituyó una etapa de la reciente historia norteamericana: fue el punto de partida de sucesivas reivindicaciones de los negros. La mayoría tenían que salir de noche de sus guetos y caminar grandes distancias para llegar a sus trabajos en los barrios blancos. Con la Marcha de la Libertad se dio a conocer Martin Luther King, y junto con la popularidad llegó el respeto de unos y el odio de otros.

Meses después, los ciudadanos negros de Montgomery vencieron a los racistas del sur. Según una resolución de la Corte Suprema de Estados Unidos del 21 de diciembre de 1956, los negros obtuvieron el derecho a ocupar los asientos delanteros de los autobuses. Algo habían conquistado, aunque en los establecimientos los letreros continuaban advirtiendo «Sólo para blancos».

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A partir de entonces, Martin Luther King se convirtió en el abanderado de todas las marchas por la libertad. A través de aquella experiencia fue elaborando la táctica de la «acción directa», masiva y sin violencia, adecuando a las condiciones del sur norteamericano los postulados de Mahatma Gandhi asesinado en 1948, que había utilizado el arma de la desobediencia civil en la lucha contra los colonizadores ingleses. Como Gandhi, Luther King también se inspiró en el ideario del poeta y filósofo norteamericano del siglo XIX, Henry David Thoreau, que en su tratado Desobediencia civil defendió el derecho de los ciudadanos para hacer frente a las leyes y disposiciones injustas del panteísmo gubernamental.

«Tengo un sueño: el de que mis cuatro hijos vivirán un día en esta nación sin ser juzgados por el color de su piel», había dicho Luther King.

A raíz de los graves sucesos en Albany, Luther King instó al presidente Kennedy a emitir una segunda proclamación acerca de la liberación de los negros, casi cien años después de la primera firmada por Abraham Lincoln, recordándole sus promesas electorales de poner fin «de un plumazo» a la segregación en las cuestiones relativas a la vivienda y otras mejoras sociales. El apoyo del Gobierno fue simbólico.

Los caminos de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King se cruzaron en ocasiones. Kennedy opinaba que los negros pedían mucho y Luther King que el presidente hacía muy poco y con exasperante lentitud. La lucha pacífica y sostenida de Martin Luther King, desde su visión religiosa y filosófica, le condujo a un viaje sin retorno en el que, junto a las adhesiones de sus correligionarios, conoció la intolerancia, la prisión y la muerte anunciada. En su «Carta desde la cárcel de Birmingham», escribió: «Durante más de 340 años hemos esperado nuestros derechos. Los países de Asia y África avanzan a velocidad supersónica hacia la independencia política, y nosotros a paso de tortuga nos arrastramos hacia una taza de café en una cafetería».

Cada noche entrañaba un peligro para su casa, su mujer y sus hijos en Atlanta. Las cruces del Ku Klux Klan ardieron en más de una ocasión en el jardín. Ante las amenazas, le había dicho a Coretta: «A la persona que ha alcanzado la cúpside a los veintisiete años, le esperan días muy duros. La gente espera que hasta el fin de mis días siga sacando conejos del sombrero como un mago».

Su cadáver fue trasladado a Atlanta en un avión fletado por Robert Kennedy. Ciento cincuenta mil personas acompañaron el féretro por las calles, desde la iglesia Ebenezer hasta el colegio Morehouse, en el que se había graduado 20 años antes.

Dos meses antes del asesinato, Martin Luther King, con sentido premonitorio, se refirió al discurso que le gustaría oír en sus funerales: «Quisiera que alguien recordara ese día que Martin Luther King trató de dar su vida al servicio de los demás. Quiero que digan que fui tambor de la justicia y de la paz. Lo demás, ni siquiera el Premio Nobel, tiene importancia. No dejaré dinero. No dejaré cosas de lujo. Pero quiero dejar una vida entregada a la causa».

Le llamaron el presidente de la América negra, aunque para la mayoría fue el profeta Moisés que quiso conducir a su pueblo a la tierra prometida.

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Este artículo fue publicado por la revista Jano (Vol. LIV Nº 1.248, 20-26 de Marzo de 1998), páginas 101-102. Su autor, Juan Soto Viñolo.

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