Sistema sanitario, la cuestión de las prisiones y el sexo. Tres temas ocultos durante la pandemia

Desde el comienzo de la pandemia y, especialmente, durante el confinamiento de 2020, el aparato político, los medios de comunicación y las redes sociales se hartaron de exponer infinidad de temas relacionados con la nueva situación: cifras de muertos e infectados, perdón, contagiados, métodos de prevención y responsabilidad ciudadana, impacto en la economía. También sobre el aislamiento, siempre desde un punto de vista ocioso, como ¿qué hacer durante el encierro? = ejercicio físico, ver mucho la tele, cultivar la repostería…, o incluso jocoso, ¿recuerdan ustedes la cantidad de vídeos y memes sobre el papel higiénico? En las redes sociales parecía todo un chiste, no una situación extrema en la que cada día morían cientos de personas. Aunque, por otro lado, era una manera harto positiva de llevar un encierro cuando, sobre todo al principio, no pensábamos que iba a durar tanto. 

Ahora bien, de entre toda esa sobreinformación y palabrería, tres temas brillaban por su ausencia, und zwarel estado deplorable del sistema sanitario,la cuestión de las prisionesy el sexo

Que no se haya hablado apenas de por qué el sistema sanitario no ha sido capaz de asumir una situación de pandemia, cuando las causas son claras y meridianas = el expolio de fondos públicos hacia otras áreas muy discutibles, así como el viraje lento, pero sistemático hacia la privatización, ya sea desde un punto de vista puramente material como ideológico: “¡Dónde va a parar, la sanidad privada funciona mucho mejor, che!”. Y sobre todo, que no se haya puesto remedio, esto es, inversión a raudales de fondos en el sistema sanitario. Así, la sanidad pública se ha quedado literalmente en cueros y ahora tenemos que sufrir las consecuencias, desde las más extremas -la muerte de personas inocentes-, a la pérdida de miles de puestos de trabajo o la represión y el adoctrinamiento que llevamos sufriendo los ciudadanos, efectos colaterales pero muy tangibles del debacle del sistema sanitario. 

La omisión de estos temas me escamaba, especialmente, la de los dos últimos. Sin embargo, había una explicación muy simple para ello. Ambos son temas prohibidos, silenciados. La cuestión de las prisiones, tema tabú por antonomasia, más aún que el sexo. 

Todos y cada uno de los ciudadanos del mundo entero -a excepción de algunos catalanes- hemos sufrido lo que significa estar encerrados en nuestros domicilios, lo horrible que es estar privado de libertad. ¿Por qué no ha tenido lugar un debate acerca de las prisiones y los presos? 

En nada, seremos conscientes de las secuelas que provocó el encierro a nivel psicológico y emocional, y eso que apenas estuvimos encerrados un par de meses. ¿Qué hay de los seres humanos que pasan años entre rejas, sin poder salir del espacio reducido de una cárcel? 

Ahora bien, los presos de las cárceles no son los únicos cercados. Pese a que hoy en día, nos es permitido salir a la calle, ir a bares y restaurantes -según horario establecido por la comunidad autónoma en cuestión- o incluso disfrutar de la cultura -aunque de forma muy reducida-, los ciudadanos modelos, que no hemos sido juzgados y encarcelados por ningún delito o crimen, tenemos nuestro ocio coartado de cuajo. Y esto no es ninguna broma. 

Somos curris, como salidos de una utopía desteñida. Mulas de carga que van del trabajo a casa y de casa al trabajo. Bueno, ahora podemos ir a una tienda de ropa para hacer nuestras compras y cumplir como buenos súbditos del capitalismo. Y si queremos tomarnos una, nos vemos abocados a hacer botellón cual quinceañeros, en la puta calle

El verano pasado en Madrid se prohibió bailar. Aquí, en Cataúña, se ha prohibido follar.  De una manera subterfugia, por supuesto. Con el toque de queda a las 10 de la noche -¡llevamos así desde noviembre!- y los bares cerrados, quién leches tiene una cita en condiciones. Las autoridades autonómicas no se dan cuenta de que los españolitos curramos hasta bien entrado el véspero. No hay tiempo material para una cita, esto es, ir a tomar algo a un local, charlar durante un rato y luego ir a casa de uno de los dos. Al principio, cuando se instauró el toque de queda y había tanta policía patrullando por las calles, a más de una le pilló la hora subiéndose, literalmente, las braga para poder llegar a su casa a tiempo y no ser multada. 

Qué triste. Ni la Cenicienta, tú, ella tenía hasta las 12

Es un hecho, en ningún momento se han tenido en cuenta las necesidades sexuales de la población en edad de merecer, esto es, a cualquier edad, porque el sexo es vida y mientras se vive y se respira, se puede disfrutar, el placer debe ser un derecho, lo mismo que el ocio. Si no, ésta será una sociedad de esclavos, vacunados y docilizados, sin más apetencias que ver Netflix y hacer compras online.  

El Gran Hermano decide lo que podemos y lo que NO podemos hacer. Los ciudadanos nos mantenemos a la espera del anuncio de las nuevas restricciones, fruto de decisiones arbitrarias e incongruentes que poco ayudan a resolver los efectos de la pandemia. Y que afectan directamente a la vida de la población. 

“Es dócil un cuerpo que puede ser sometido,

que puede ser utilizado,

que puede ser transformado

y perfeccionado”.[1]

La única esperanza es la irrupción de algo parecido a los años veinte del pasado siglo. Donde la libertad, el placer y el ocio sean puntos clave en la vida de los seres humanos. 


[1]Michel Foucault: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI de España Editores, S.A., Madrid 2008, página 140