“Juror 8”

El cine coreano está en racha desde principios del siglo XXI. Nos ha regalado obras maestras como Oasis (2002), de Lee Chang-dong, Memories of Murder (2003), de Bong Joon-ho  o Hwayi: A Monster Boy (2013), de Joon-Hwan Jang. 

No todo han sido obras capitales, por supuesto; hay mucho drama, cada día más, y obras algo mediocres, pero si en algo destaca la cinematografía surcoreana es en ponerle ganas. De ahí que cada año salgan películas fenomenales que, si bien no apuntan a los picos sublimes del arte, no quedan demasiado lejos.  

Es el caso de Juror 8 (2019), de Hong Seung-Wan, un filme plagado de humor, giros inesperados y dinamismo. El director firma también un guión muy bien hilado que no se rompe ni se desgarra en ningún momento, sino que por el contrario ofrece las claves de forma paulatina, coherente y asombrosa. 

La película se asienta en dos referencias: 

• El primer juicio penal con jurado de la historia en Corea del Sur, celebrado en 2008. 

• La magnífica cinta de Sidney Lumet, Doce hombres sin piedad (1957).

Ahora bien, lo hace en ambos casos de manera tangencial, sobre todo en lo que se refiere a los hechos reales, que distan mucho de la ficción creada por Hong Seung-Wan, pues en la realidad se juzgó el caso de un joven de 27 años que agredió a una mujer mayor en su domicilio, cuando intentaba robarle. Por tanto, se debatía un caso de agresión, no de homicidio premeditado como en la película, donde hay que sumarle que la víctima era la madre del supuesto asesino. 

Otro punto dispar entre realidad y ficción es que en el caso real, fue el abogado defensor quien solicitó un juicio con jurado, mientras que en la película el letrado aparece como un pelele y un vago. 

En lo que al filme de Lumet, se refiere, el director coreano sigue la línea narrativa de su predecesor, eso sí, con algunos giros interesantes e inesperados que desvinculan al espectador de la obra original. 

Sin embargo, mientras la cinta de Lumet se vuelve cada vez más claustrofóbica -no sólo por estar rodada casi íntegramente en la sala de deliberación del jurado, sino porque su atmósfera nos traslada a lo que estará sintiendo el acusado, a su angustia por estar a la espera de que su destino lo dicten unos desconocidos-, el filme de Hong Seung-Wan se permite algunas localizaciones exteriores, como la que abre el largometraje, sumamente significativas por la emoción y tensión que trasmiten, o la de la escenificación del crimen, por su importancia en la trama. 

Además, en el filme de Hong Seung-Wan la comedia está prácticamente presente en todo momento, quitando hierro al crimen que se está juzgando, nada más y nada menos que un matricidio, y todo lo que ello comporta a nivel de imaginario colectivo y de tragedia griega, obviando aquí el tema sexual y haciendo hincapié en lo social. ¡Qué grandes son los cineastas coreanos!

Juror 8 saca al descubierto la precariedad moral de un sistema que deja fuera a los más desfavorecidos, no sólo en el ámbito judicial, también en el policial -la investigación previa al juicio es cuestionable por su dejadez y falta de rigor-, pero sobre todo en el ámbito social. Son estructuras tan inamovibles como los prejuicios que intenta romper el protagonista acerca del acusado y su culpabilidad. 

Los prejuicios son hechiceros invisibles que nos nublan la mente. Y a menudo no somos nosotros quienes podemos romper su hechizo para poder ver las cosas desde otro punto de vista. Necesitamos un jurado número 8 que nos despierte.