El bello Artur

Al “Bello Artur”  le esperaba una tarde tensa que empezó con un desayuno frugal en Cal  Patatonas, cafetucho discreto proclive a la conspiración política y al sórdido trapicheo carnal que huía del Raval, con las calzas en la mano perseguidas por los mossos d’esquadra con la porra inhiesta. “El Bello Artur” era un tipejo guapo de rasgos acentuados, cabeza erguida y barbilla musoliniana, tan prominente que podía servirle de bandeja y tomarse un carajillo de ron Pujol, Anís del mono o Aromas de Monserrat. Un verano fue elegido “Mister Comarruga” y con tal bagaje el pollo que se reveló como un “trepa” de cuidado, ascendió a las alturas del poder hasta que lo desahuciaron sin piedad sus propios correligionarios, aquellos que le auparon prometiéndole fidelidad absoluta, o sea mientras durase el momio.

La sorprendente hazaña del Bello fue publicitada por  los medios de manera que se enterase todo el mundo, así que tan pronto abrieron las puertas del taurobolio el público se apresuró a ocupar sus asientos, sin darse cuenta que desde un tercer piso aledaño se cayó a la calle una anciana curiosa nacida en Borredá.

No lejos de allí, en la pensión La sola cama, se iniciaba el rito de vestir al héroe, al superhombre que se jugaría la vida en un espectáculo donde predomina el sol y las moscas durante la lidia de las reses del Bajo Ebro. El mozo de espadas, con el mismo ritmo, parsimonioso e íntimo con que había desarrollado la portavocía del honorable baranda, vistió al toricantano.  “El matador está servido, amo”. “El Bello Artur” se miró y remiró ante el espejo. Le quedaba bien el traje de luces que encargó en Sevilla. “Una mica de colonia, Homs” –pidió. “Éstá tot preparat?”.

Todo estaba listo. La parafernalia que precedía al festejo esperaba la orden. La banda La Mil.lenaria, de Perpinyá (Francia) afinaba y se preguntaba quién  y cuándo les iban a pagar. Los gigantes y cabezudos  de Barcelona cerrarían el cortejo y tras ellos el espada “El bello Artur” con su cuadrilla, harían su entrada triunfal en el albero al compás de Paquito el chocolatero. Abriría el paseíllo la linda alguacila Marta Voladora que acababa de aterrizar en un parapente  rodeada de un sonoro grupo de grallers tocando las chirimías.

Para “El Bello Artur” aquella corrida abría una nueva época en su vida.  Quizá arrepentido por haber prohibido la tauromaquia, iba a ser quien devolviera al público la tradición de la corrida. Y, además tomaría la alternativa de manos de “Chiquito de Andorra”.

Ultimo vistazo ante el espejo. El traje de luces de blanco y oro se ajustaba al cuerpo y dentro de la taleguilla se adivinaban unos genitales autoritarios y gordos de los que estaba orgulloso Míster Comarruga. “Mira quins collons”, dijo Núria Recolons sorprendida.

A los acordes de “Marcial eres el mas grande”, el torero echó a andar con el mismo garbo y sonrisa que utilizó durante su trabajo anterior cuando cada mañana tenía que cruzar el patio de los naranjos, saludando a los fotoperiodistas a manera de paseíllo.

Llegó el esperado momento. La alternativa. Allí estaba Chiquito resoplando con los tics acelerados, las cejas rebeldes y un traje de alquiler raído y  desteñido con barretina en lugar de la montera. Se intercambiaron los avíos de matar y se fundieron en un abrazo igual que cuando eran amos de la tierra.

En cuanto se soltaron del abrazo, Chiquito dijo: “Artur son 500 euros para el viaje a Andorra porque me han nombrado Hijo Adoptivo”.

Fue entonces  cuando un grupo antisistema, irrumpió en la plaza, gritando y profiriendo frases malsonantes. La turbamulta fuese directa hacia Chiquito y Artur, los tomaron en hombros ante el asombro del respetable, los sacaron a la calle y les arrancaron las taleguillas. En calzoncillos fueron paseados por las rúas y en estas humillantes condiciones arrojados al lago del parque de la Ciudadela.

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