Rey y Patria – El precio de la deserción

portadaJoseph Losey fue una de tantas víctimas del macartismo y su caza de brujas. Acusado de actividades antiamericanas, emigró al Reino Unido en busca de la tranquilidad necesaria para proseguir su carrera cinematográfica. Algo que hizo inicialmente bajo diversos seudónimos, pero que con el paso del tiempo terminó por recuperar su auténtico nombre. Seguramente el senador McCarthy hubiese considerado la película Rey y Patria (King & Country, 1964), del propio Losley, como un alegato anti americano por su mensaje pacifista, así que podemos dar las gracias a Losley por su huída y al Reino Unido por acogerle.

Rey y Patria es, en cierto modo, una película casi desconocida, o al menos no salta inmediatamente a la memoria cinéfila de la mayoría de la gente. Todo lo contrario sucede con la magna obra de Stanley Kubrick, Senderos de Gloria (Paths of Glory, 1957), película cuya alargada sombra eclipsa a Rey y Patria. Resulta injusto comparar ambas, ya que aunque el trasfondo histórico y el mensaje coinciden, ambas mantienen suficientes diferencias como para que Joseph Losey mantenga su sello personal y el espectador pueda disfrutar Rey y Patria sin la referencia constante de Senderos de Gloria. Algo que muy pocas producciones podrían soportar.

El rey y la patria, motivos esgrimidos por el protagonista como motivación fundamental para alistarse en el ejército durante la I Guerra Mundial. Motivos vanos cuando el mismo soldado, quizá en un arranque de sensatez o quizá en un momento de locura, decide desertar e iniciar por su cuenta el camino a caso. Esto lo descubrimos mediante la narración, ya que la película inicia con el soldado Hamp (Tom Courtenay) preso y a la espera de su juicio por deserción, visiblemente afectado. De su defensa se ocupará el capitán Hargreaves, espectacular Dirk Bogarde, convencido de que el soldado ha sufrido un momento de locura.

Rodeados por un paisaje de barro bajo una lluvia incesante, que recrea la mugre y la situación real del “infierno de barro”, batalla ocurrida en Bélgica en 1917, el juicio se irá polarizando entre la ley y la justicia, tal y como le dicen a Hargreaves: “Ellos buscan leyes, no justicia”. Lo que inicialmente parece un proceso que concierne únicamente al soldado Hamp, poco a poco irá tomando un cariz más amplio, ya que los superiores temen lo que podría ocurrir si son indulgentes y dejan la sentencia en unos meses de arresto. Temen que eso pueda acarrear un mayor número de deserciones, y por eso el fusilamiento parece decidido al inicio del juicio. Pero ese mismo pensamiento pone en tela de juicio a todos sus soldados, presuponiendo que el tan cacareado “rey y patria” no sea suficiente argumento como para retenerles en el frente. La misma motivación que enroló al prototípico soldado Hamp.

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Paralelamente, la vida en la trinchera continua, con los jóvenes reclutas tratando de matar el tiempo con lo poco de lo que disponen, incluyendo a las ratas que infestan la zona. Al atrapar a una de ellas, tras morder en la oreja a un soldado, celebran un juicio contra la rata en perfecto paralelismo con el de Hamp. Pareciendo que ambos, la rata y Hamp, tienen las mismas posibilidades de tener un juicio justo.

Justicia contra poder, dar un castigo ejemplarizante o atender a un soldado que ha sufrido un momento de locura. ¿Qué es más importante? Realmente aquí lo importante es el mensaje que Losey nos quiere dar con Rey y Patria, abruptamente cortado por una impactante escena final que se graba a fuego en nuestra cabeza.

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