Colossal

A nivel global, exceptuando islas como Corea del Sur o Berlín, quizá debido a la masificación, debido a eso de que todo el mundo es un artista, a que cualquiera es un artista, el arte pasa por momentos tan bajos, que ya ni siquiera el entretenimiento está a la altura.

Pero a veces…

A veces se puede pasar un buen rato con una peli distraída y sin pretensiones. Ese minima minimorum -aparente- es lo que hace especial a Colossal de Nacho Vigalondo (2016). Se aleja de aspectos putrefactos de hoy día, como la pretensión, el ir de guays o la opacidad que encierra únicamente el vacío de sesera del guionista y la falta de gusto del director de turno. Por el contrario, cuenta con un guión interesante, cuidado y sencillo. En la fotografía predomina una gama de colores otoñales: pardos, ocres, grises, verdes musgo. La puesta en escena es sobria, como un día de resaca.

0198302983120983Se dice que, mientras Vigalondo intentaba encontrar presupuesto para el largometraje, usó el siguiente eslogan: «Ésta va a ser la película de Gozilla más barata de la historia, lo prometo», «Será una mezcla de Gozilla y Cómo ser John Malkovich». Lo que le llevó a una demanda por utilizar la marca Gozilla sin autorización. La demanda quedó finalmente en agua de borrajas, siempre y cuando Vigalondo se comprometiera a no vender su película como una perteneciente al célebre kaiju.

Colossal, el título, aunque por supuesto hace referencia al monstruo, resulta algo irónico, cuando los personajes de la peli se sitúan, todos, en la medianía. Menos la protagonista, Anne Hathaway, son feos, es más, carecen de la más mínima característica que los haga resaltar. Incluso el ex, el «triunfador», es un tío escuchimizado y repelente, no tiene ná de ná.

La historia arranca cuando Gloria (Anne Hathaway) se ve de patitas en la calle debido a sus problemas con el alcohol y el desempleo que su pareja Tim (Dan Stevens) no está dispuesta a seguir aguantando. De modo que Gloria viaja hasta su pueblo natal, hasta la casa de sus padres, abandonada mientras tanto, y se aloja allí. Su intención es, en principio, ordenar su vida y dejar de beber. Como el lugar es un villorrio perdido de la mano de Dios, no tarda en encontrar a un amigo de la infancia, Oscar (Jason Sudeikis) que sigue viviendo allí y ahora lleva el bar de su padre. Oscar la invita al bar, allí le presenta a sus amigos, dos fracasados como la copa de un pino que pasan las noches bebiendo. Gloria se une a la «fiesta».

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Al día siguiente, descubre que Seúl ha sido atacada por un monstruo. Cabe decir que, cuando llama en shock a su novio y le habla de lo sucedido, sorprende que utilice la palabra «monstruo» -«Un monstruo ha atacado Seúl»-, más propia de un niño de cinco años que de un adulto, por muy resacoso que esté, pero, bueno, Gozil…, digo, esa bestia colosal es, sin duda, un monstruo.

Los ataques tienen lugar siempre a la misma hora: las 8 de la mañana -horario del villorrio, no de Seul, donde es de noche- y van acompañados por el sonido de una sirena. Se suceden todos los días hasta que Gloria se da cuenta de un hecho surrealista: es ella la que controla al monstruo -¿o quizá sea ella el propio monstruo?- Pero eso no es todo, existe otra persona que posee el mismo poder. Su amigo de la infancia, Oscar, es capaz de hacer aparecer a otro ser, un robot igual de grande que el monstruo de Gloria. Y mientras la protagonista sufre por las vidas humanas que, inconscientemente, ha sesgado, su amigo lo encuentra emocionante.

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Óscar y Gloria

Lo notable del filme es que incide en esa nueva perspectiva que muestra a los psicópatas como personas mediocres, con vidas grises y sin grandes aspiraciones -véase Mientras duermes de Jaume Balagueró (2011)-, lo cual rompe el mito de los psicópatas como personas sumamente inteligentes y con grandes aptitudes, fuera de lo común. O al menos se sale de él, haciendo notar que hay otro tipo: el hombre vulgar y corriente, con una vida insignificante que se odia a sí mismo. Su manera de superar el tedio de su existencia es asesinado a la población seulense y, a la vez, dominando a la persona que podría ser alguien extraordinario -por el mero hecho de haber dejado el villorrio y haberse mudado a Nueva York, fíjate tú-. Un cobarde y un idiota, vamos.

El filme cuenta con aspectos interesantes como el personaje de Joel (Austin Stowel), uno de esos hombres tan flojos tan flojos capaces de ser cómplices de asesinato por tal de no llevarle la contraria a su único amigo que, además, tiene un bar. En fin, en los pueblos de mala muerte ya se sabe, no hay mucha gente donde elegir.

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Los chicos del pueblo.

A destacar, la escena del ataque brutal de Oscar. En lugar de irse a Seul, el director fija la imagen en el parque infantil del pueblo. Gloria ha caído al suelo por el puñetazo que le ha propinado su amigo, quien la amenaza con seguir con las agresiones si ella lo abandona. La cámara capta, pues, a Gloria en el suelo. Aparecen en plano los pies de Oscar, levanta uno y luego otro, pisando con fuerza extremada, aplastando todo lo que se interpone en su camino, esto es, la población de Seúl. A la imagen se le acopla el audio de las consecuencias: los gritos de horror de los coreanos, las sirenas, el caos.

Una escena que demuestra que el bajo presupuesto no tiene por qué herir la narración cinematográfica.

Menos es más, la sencillez vale más que la arrogancia, el entretenimiento puede salvarte un domingo de miseria.