Elena Francis y el amor

¿Recuerdan? La señora Francis de la radio fue para muchas mujeres  la madre hermosa de Juanito Valderrama, aquella Ana de Pantoja correveidile de doña Inés y don Juan, el consuelo y paño de lágrimas de las chicas que descubrieron al mismo tiempo el amor y la primera sanguina. Le confesaban rotas de vergüenza su embarazo no deseado en una correspondencia con faltas de ortografía, reveladora de su escasa cultura y de la influencia maléfica y manipuladora de la escuela y la iglesia. Las cartas se franqueaban con un sello de dos pesetas con la efigie de Franco.

Los conflictos sentimentales mandaron en el consultorio sobre el resto de problemas familiares como los malos tratos, el alcoholismo, las recetas de cocina y el santoral.  Para todas tenía una respuesta adecuada y afable  o eso entendían las mujeres.

El amor es el más romántico y literario de los sentimientos del ser humano,  capaz de instalar  a los enamorados en  un estado de enajenación mental transitoria  que les lleva a levitar en una Arcadia feliz y efímera. Es un fuego instintivo e irresistible hasta que consume  la pasión  y se enfrenta a la hipoteca. En cuanto nos enamoramos somos unas criaturas desprovistas de sentido común, opinó  Honorato de Balzac. Mientras dura la folía convierte a la fea en Ava Gardner, al retaco calvo en David Bisbal,  al auxiliar de banca en Emilio Botín y al boticario  en Antonio Banderas. A los ojos de un flechado las piernas de su novia coja le parecen las de Marlene Dietrich.  El amor es un estado en que el hombre ve decididamente las cosas como no son, remató Nietzsche. Pero si los rescoldos amorosos llegan a convertirse en cariño el amor puede perdurar hasta la vejez. No es raro encontrarse por la calle una pareja de ancianos pulcramente vestidos paseando cogidos de sus sarmentosas manos.  El paso del tiempo no ha podido borrar de sus rostros  ni los signos de una lejana guapura  ni la ilusión de tomarse juntos un te con limón en la terraza del Bracafé de  Barcelona.

Cuando el amor se rompía entraba en escena la señora Francis con sus consejos para mujeres y taxistas. Unas enamoradas y la mayoría engañadas  consultaban  con igual fe que los tullidos y mutilados viajaban  al santuario de Lourdes,  creyendo que se dirigían a una sabia dama de cabello blanco educada en las Teresianas. En realidad quien difundía  a las ondas el pensamiento eleniano era un equipo de radiofonistas en el que me cupo la responsabilidad de redactar  el guión durante dieciocho años (1966-1984) hasta que los patrocinadores decidieron retirarlo de antena.

¿Fue un fraude Elena Francis? Creo que no. Hay que situarla por cronología en el gran fraude nacional que trajo la guerra civil. La señora Francis fue un personaje entrañable y misterioso todavía recordado  porque  la radio tenía presencia y poder de sugestión en los hogares. Basta recordar los seriales de Guillermo Sautier Casaseca con la voz galana de Pedro Pablo Ayuso.

Con su discurso ponderado y conservador, como no podía ser de otra manera en el régimen, la señora Francis procuró ayudar a las mujeres brindándoles, por lo menos,  la oportunidad de desahogar sus ilusiones y fracasos que nadie quería escuchar al tiempo que publicitaba untuosos mejunjes de belleza.

Hijas arrojadas al arroyo por perder la honra, esposas maltratadas por un marido borrachín y putero, jovencitas seducidas por el cura del pueblo encontraron en Elena Francis  voz, compresión y consejo.  Fue la gran amparadora de una sociedad femenina que soñaba y sufría por el amor.

Salvando las distancias entre la ficción radiofónica y la historia, Elena Francis me recuerda a Concepción Arenal, la socióloga y ensayista gallega que tanto trabajó a favor del feminismo de finales del XIX.

Mucho han cambiado los tiempos. Ahora la mujer independiente recurre al psiquiatra y la mayoría sigue exponiendo los mismos  problemas en las radios y televisiones. El amor que no cesa, señora Francis.

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