Breve historia de los móviles

Érase una vez en un tiempo no tan lejano, un planeta donde apenas se habían visto teléfonos móviles. Estos dispositivos pertenecían a una clase superior de yupis estadounidenses de los ochenta. Pasó el tiempo y a finales de la década de los noventa algunos móviles empezaron, aunque en cuenta gotas, a cruzar el charco. A ojos de la masa, seguían siendo un artículo de pijos, por lo que eran rechazados. La gente se molestaba cuando, viajando en autobús, sonaba un móvil. Se miraban unos a otros, como diciendo: «Vaya, otro que quiere dar la nota», «menudo fanfarrón». Les jorobaban los distintos politonos que sonaban de improviso, y la conversación posterior, siempre en alto para que el autobús entero supiese que él o ella se lo podían permitir. No resulta extraño que todo esto fastidiase al pueblo llano exento de celulares. Además, no los necesitaban.

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De pronto, de la noche a la mañana, los móviles se extendieron y aquella masa que los censuraba empezó a utilizarlos. Al principio eran grandes, de un palmo, de carcasa oscura y gruesa; algunos tenían una antena extensible para alcanzar mejor la cobertura. Se convirtieron en un objeto cotidiano, de primera necesidad. Eran prácticos. Los dueños de un móvil estaban localizables en todo momento. Si llegabas tarde a una cita, podrías escribir un mensaje diciendo que llegabas tarde. El asunto empezó a acelerarse. A cada momento, salían nuevos modelos. Los inalámbricos tenían cada vez más prestaciones, como cámara de fotos, juegos o linterna. La gente cambiaba de móvil en un lapso de un año o incluso de meses. Los aparatos grandes de la primera hornada pasaron de moda. Aquellos que todavía conservaban (y usaban) su primer móvil tenían que enfrentarse prácticamente a diario con comentarios del tipo: «Pero ¿adónde vas con esa cosa tan grande?», «¿no ves que estás haciendo el ridículo?», «venga, cómprate uno nuevo».

Ya en el siglo XXI, surge una nueva generación de teléfonos móviles: los smartphones, unos aparatos que multiplicaban las posibilidades de sus antiguos predecesores: conexión a internet, aplicaciones a gogó… En su momento los smartphones también tuvieron sus detractores. En una gala de los Goya, de cuyo año no puedo acordarme, la maestra de ceremonias espetó: «No sé por qué los llaman smartphones, cuando todos los que lo llevan son idiotas».

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Pero hoy (casi) todo el mundo tiene un smartphone. De hecho, si no tienes uno y, por consiguiente, tampoco tienes whatsapp, eres un apestado. Por otro lado, resulta curioso cómo la gente presupone que, si no dispones de uno de estos modernos artilugios, eres un radical que está en contra de las nuevas tecnologías, es más, que las odia. Y se complacen cuando alguno de los renegados cae ¡por fin! en la tentación. Como si, de algún modo, fuese una victoria para ellos.

– Al final, fulanita, que tanto hablaba, que tanto despotricaba, se ha comprado uno.

– Un iPhone, nada menos.

– Lo que sea. Al final, ha pasado por el aro.

Algo inquietante se huele en el ambiente desde que los dispositivos móviles empezaron a formar parte de la cotidianidad de la masa. No son sólo las compañías, sino que es la propia gente la que incita a comprar móviles a aquellos individuos que todavía se resisten.

– ¿Cómo? ¿Qué no tienes whatsapp? ¿Y cómo se supone que voy a contactar contigo?

– Qué sé yo, llámame al fijo.

Como si fuese algo obligatorio, a must.

– Venga, mujer, pero si es gratis.

– Hombre, gratis, gratis, no es. Hay que comprarse un móvil de esos que cuestan un riñón…

– Yo te consigo uno de segunda mano, no te preocupes.

– …Y pagar una cuota al mes…

– Ah, eso no lo puedo asumir.

¿Qué les pasa a esta gente? ¿Acaso les pagan por vender móviles? ¿Van a comisión? Lo más terrorífico del asunto es que no. Se trata de un negocio redondo para las compañías. Han insertado una corriente de pensamiento en la que los móviles no sólo son necesarios, prácticos y molones, sino que los individuos poseídos por esta fiebre del móvil deben obligar a los que carecen de ellos a comprarse uno.

– Que no. Que no quiero. Que no me da la gana. ¡¡¡Dejadme en paz, hostias!!!

 

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3 comentarios en «Breve historia de los móviles»

  1. No podría estar más de acuerdo en todo lo expuesto. Estas mismas situaciones me han pasado a mí. Es como una masa de zombis que te quieren infectar, que quieren que seas uno más de su camada…

  2. Hola Carmen,

    En cierta parte estoy de acuerdo contigo, porque nada ni nadie debe obligarte a comprar cualquier cosa solo por el hecho que TODOS lo usan. Esta tecnología trae sus pros y contra, y ambas traen motivos por las cuales inclinarse a una o a la otra.

    Por mi parte, recientemente compre un smartphone en Personal porque lo necesito a diario por mi trabajo, pero a decir verdad, no me gusta que absolutamente todo lo que hago dependa de estos dispositivos. De por si, me incomodan las personas que al reunirte con ellas e intentas conversar no quitan sus miradas de sus smartphones, uno queda como, «¿acaso no estamos reunidos para conversar, o acaso tratas de que pierda mi tiempo?»

    En fin, cada quien es dueño de sus decisiones, pero me niego que quieran afectar las de otros con las suyas.

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