“Crónica Jonda” de Silvia Cruz Lapeña

1506444443_132234_1506444646_noticia_normalLibros del K.O. prosigue con su gusto exquisito a la hora de ir sembrando con títulos de largo recorrido los cajones de nuestras librerías. Y si, a mayores, son bendecidos con portadas como la diseñada por Martín Elfman para el reciente libro de Silvia Cruz Lapeña, las cosas ya se ponen rodadas desde el primer contacto visual con el libro. Ése que hace que te fijes en una cubierta entre todas las de la librería. Desde luego, lo que tenía en mente la autora de “Crónica Jonda” fue ampliamente reflejado: “La idea era representar un gotero con el flamenco puesto en vena, ya que muchas veces me salva”, comentaba ella en septiembre para Cadena Ser. En dicha entrevista, Silvia razonaba que “la manera en la que entras al flamenco es clave para saber si te quedas o te vas para siempre”. Haciendo acopio de dicha reflexión, la concepción sobre la que se asienta esta lectura nos transporta por una carretera de historias ideal para dejar que nuestros ojos viajen buscando el contacto con la alegría y la pena alegre del flamenco. En el verbo de esta barcelonesa emigrante aflora un trazo perenne de palabras musicadas. Así como los libros de James Ellroy parecen discurrir a ritmo de be-bop, “Crónica Jonda” lo hace a lomos de la guitarra de Paco de Lucía. Irradia sabiduría y vivencias personales. Las mismas que te dan la mano para que empatices con el sentimiento que, un buen día, se clavó como serpiente de cascabel en el corazón de la autora.

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Como bien reza la contraportada del libro, éste fue concebido como “una road movie flamenca”. Efectivamente, las historias atracan en las más diferentes localizaciones, de España y fuera de ella. Da igual; la búsqueda siempre está justificada. Por el camino, van cayendo entrevistas a figuras como Dorantes y recuerdos desempolvados de su álbum de fotos. Lo mismo nos planta en una Iglesia abarrotada de Sevilla como desmenuza los entresijos de los festivales flamencos, como el de Ámsterdam. Sea cual sea la bifurcación, ella dibuja las palabras con el tacto del cante jondo, con la gracia de una seguiriya. Es su entorno, su religión. Es algo que transciende a cada página degustada. Pero más importante, transmite ese amor incondicional, que sana y desgarra, ya sea al neófit@ como al curtid@ en mil tablaos.

 Al final, lo que nos queda es la ratificación de una voz que habla por sí sola, buscando (y encontrando) la senda hacia el corazón del lector. Y es que de duende anda sobrada. Tanto como para, a su brillante manera, curarnos el mono a todos los que caímos rendidos ante “Historia social del flamenco” (Península, 2010) de Alfredo Grimaldos.

Partiendo de un enfoque más libre y personal, Silvia ha conseguido algo que parecía casi imposible: mirar de tú a tú a este documento vital. Y enriquecerlo bajo una perspectiva más panorámica de lo que fue, es y será el flamenco, como institución y sentimiento personal.

 

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