Si hay algo de lo que podemos estar seguros dentro de la industria de la música, es que el fenómeno de internet ha derribado fronteras y nos ha liberado de los grilletes que las grandes discográficas nos habían impuesto gracias a su enorme poder económico, que conseguía que sólo nos llegase lo que a ellas les convenía. Sólo así se entiende que hoy por hoy, un grupo proveniente de Islandia y además cantando en su lengua materna, se haya hecho un hueco en el rock y el metal a base de calidad y buen hacer.
Sólstafir (rayos crepusculares en islandés) nació en 1995 fundada por tres amigos: Aðalbjörn Tryggvason, Halldór Einarsson y Guðmundur Óli Pálmason. Siendo una formación extremadamente fiel, únicamente Einarsson dejó el grupo en 1997, para posteriormente, en 1999, unirse Svavar Austman al bajo y Sæþór Maríus Sæþórsson como segunda guitarra. En sus primeros años Sólstafir presentaba un estilo comprendido entre el black metal y el viking metal. Sin embargo, tras el paso de los años fueron variando su sonido, acercándose más al post metal y el metal progresivo, sobre todo tras su entrada en la discográfica Seasons of Mist y la salida, en 2011, de su disco Svartir Sandar.
Ahora, con la reciente salida de su nuevo trabajo Ótta, también con Season of Mist, podemos comprobar que han seguido evolucionando y dulcificando su sonido, comprendido ahora dentro del rock progresivo o del rock atmosférico. Aunque muchas veces esta tendencia de ciertas bandas de metal a hacer su sonido más accesible se debe a un tema económico, podemos decir sin miedo a equivocarnos que no es el caso de los islandeses, sino que más bien se trata de una evolución no forzada, conseguida a base de introspectiva buscando sus propias raíces. Podemos decir que el cambio les ha sentido de maravilla.
Ótta no malgasta ni un solo segundo en dar rodeos, sino que desde el corte inicial, Lágnætti, nos pone bien a las claras lo que el cuarteto ha pretendido hacer. Especialmente recomendable es observar el vídeo oficial, que demuestra lo bien que les sientan los parajes de su Islandia natal a su música. Lágnætti, invita a relajarse y cerrar los ojos, a saborear cada sonido de piano que nos invade, pero la sensación no dura eternamente, y una machacona batería nos despierta para animarnos a disfrutar de las guitarras distorsionadas trazando melodías imposibles. Ótta es la canción que da nombre al disco, y sigue en la línea atmosférica del anterior, aunque con un tempo más pausado y sin sobresaltos, destacando la cruda voz de Aðalbjörn Tryggvason. Rismál comienza a capella, preludio de la guitarra distorsionada que comienza a dar cuerpo a una canción melancólica. Justo al llegar al ecuador, Dagmál aumenta el tempo del disco con redobles de batería y se convierte en uno de los puntos álgidos del disco.
La recta final comienza con Miðdegi, que no hace sino reafirmarnos en la idea de que Sólstafir ha abrazado completamente el rock, potenciado por la forma de cantar de Aðalbjörn Tryggvason. Destacable sobre todo la línea de bajo, que suena con enorme claridad durante todo el corte. Nón y Miðaftann ayudan a aumentar las buenas sensaciones, Nón suena potente y descarnada, pero con intermedios donde el piano marca un ritmo extremadamente pausado, el mismo que marca el inicio de Miðaftann, en la que la melancolía inunda el ambiente como preludio del final. Pero realmente son los majestuosos once minutos de Náttmál los que nos dicen adiós, pero con ganas de repetir y volver a visitar los paisajes de Islandia de la mano de Sólstafir.
Grande el analisis como siempre y dejando el hormigueo de masticarlos un poco.